Sobre los usos de la memoria

Quienes nos gobiernan, confrontados con una crisis política de gran magnitud al descubrirse que un antiguo operador del SIN trabajaba actualmente – formal o informalmente – para el Estado peruano, intentan escapar de tan tenebrosa asociación afirmando que cualquier investigación debe retrotraerse a 1990, pues, afirman, la mafia montesinista actúa independientemente del Estado peruano desde entonces.

La respuesta no sólo no se tiene en pie, sino que los asocia más a lo que pretenden evadir. ¿Quién en su sano juicio va a creer que 22 efectivos de la PNP y 8 vehículos policiales actuaban independientemente del gobierno? Una custodia semejante excede a la que tiene un ministro de Estado o el mismísimo Presidente de la República. La prensa ha preguntado por las personas involucradas, pero curiosamente omite preguntar sobre qué se hacía allí adentro que requería tanta protección.

Pero lo verdaderamente interesante es otra cosa. Es el hecho de cómo la izquierda peruana, sea esta neovelasquista o postcomunista, ha construido una coartada histórica de uso múltiple para ocultar su oscuro pasado y sus fechorías actuales. A esta coartada, la llaman “La Memoria”.

El historiador John Lukacs afirma que “Una buena descripción de lo que la historia es sería la siguiente: la historia es la memoria de la humanidad. Ahora bien, la memoria – todo tipo de memoria – es algo enorme, tal como el pasado es enorme. (…).” Pero esta memoria tiene esferas. Existe una primera esfera constituida por absolutamente todo lo ocurrido. Expresar esa totalidad por escrito es imposible. Pero, luego, tenemos una segunda esfera más pequeña, aquella de la porción recordada y registrada de aquellos acontecimientos relevantes que necesariamente no son “todo” el pasado, pero que nos permiten hacernos una idea sustancial y veraz de aquel.
Cuando convertimos la memoria en historia necesitamos de una gran variedad de fuentes históricas, testimonios personales e inclusive objetos, para así apreciar el periodo que se quiere estudiar desde todas las perspectivas, para que la historia que se escriba sea lo más exacta posible. También necesitamos cierta distancia en el tiempo respecto a los acontecimientos, pues los actores políticos de un periodo histórico determinado son abogados de su versión de las cosas y necesariamente escribirán una historia que los favorezca. Seleccionarán entre todos los testimonios personales, documentos, publicaciones, objetos, etcétera, los que validen su actuación y denigren la de sus adversarios.

Joseph Nye, el profesor de Harvard, sostiene que la victoria política en el escenario internacional depende del “poder duro” de las fuerzas armadas, y, simultáneamente, del “poder blando”, del poder de evocación y adhesión que produce la idea política del vencedor. Sostiene Nye que la victoria final en una guerra fría o caliente se obtiene cuando el vencedor domina la narrativa que describe los hechos, esto es, se apropia políticamente de la historia y la convierte en una “gran narración” ideológica. Dicho de manera prosaica, cuando se convierte la historia en una narración desvergonzada que alínea propagandísticamente los hechos del pasado para asegurarse la dominación política perpetua. La originalidad de Nye consiste en convertir en virtud pública lo que antes se consideraba un vicio oculto.
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El candor amoral con el cual Nye enuncia su tesis aterra. Es un argumento extraído de las prácticas del “Gran Hermano”, ese dictador de la novela distopica “1984”, de George Orwell, donde en una superpotencia imaginaria del futuro toda noticia favorable a los enemigos del Estado es expurgada de los diarios, películas, fotos, documentos y libros viejos, reimprimiéndolos nuevamente y destruyendo los originales, para así borrar todo rastro auténtico de ellos y poder manipular la memoria histórica mediante una gran narración, conveniente al poder político y a la ideología dominante. Es obvio que “La Memoria” no es lo mismo que la historia.

Peor aún, esta “reescritura” permite responsabilizar eternamente a los enemigos pasados de toda nueva crisis política que ya nada tiene que ver con ellos en el tiempo real. Es así como en “1984” de Orwell se agita, durante cada nueva crisis política, la figura de “Goldstein” como si aún estuviese conspirando, cuando en realidad desapareció hace años.

¿Es bueno para las futuras generaciones que la memoria de un pueblo sea “fabricada” desde el Estado, por un partido o una ideología? Obviamente que no. Es por considerar moralmente válida esta manipulación de la “memoria” colectiva, convirtiéndola en un arma ideológica y un paraguas político, que nuestros gobernantes pueden darse el lujo de su orwelliana respuesta.

Publicado en el Diario Digital Altavoz

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