Debemos aprender a vivir juntos de nuevo

Ex canciller acepta excesos del fujimorato y afirma que con mejores estadistas se hubiera evitado disolver el Congreso en 1992

El ex canciller Francisco Tudela considera absurdo que un gobernante ofrezca disculpas. “Los países que progresan son los que saben digerir tragedias y reconstruir la concordia nacional”, alerta sin titubeos.

También asegura que los peruanos debemos enfrentar nuestros problemas con coraje y mucha franqueza, dejando el “maniqueísmo de lado”. De lo contrario, afirma, seguiremos un proceso similar a la Argentina de Alfonsín. “Sería el deterioro de la democracia dentro de la democracia”.

¿Cuál sería tu balance de los últimos 24 años?
Creo que es positivo. Hace 14 años estábamos en el fondo del pozo. Estábamos regidos por una Constitución hecha bajo el mandato de un decreto ley del gobierno militar por una asamblea constituyente sin poderes legislativos y que señalaba que el Estado tenía derecho de disponer de la economía, instalar monopolios, etc. Y esto había llevado al Perú a la quiebra. Esa Constitución fue la coronación de un proceso fallido que comenzó en los años 60.

¿Cómo definirías los cambios que se realizaron en estos años?
Estos últimos 25 años han sido de mucha crisis, pero de transición a un sistema que funciona porque está basado básicamente en mayor libertad para las personas. Se ha retrotraído el rol empresarial del Estado. Sin embargo, creo que en los últimos años se ha visto una marcada tendencia de regreso a estructuras burocráticas que corresponden a la década del 80 y que se pensaban suprimidas. Si bien la situación económica es completamente diferente, sí ha vuelto a crecer la maraña burocrática. Dicen que cuando uno tala la selva el segundo crecimiento es mucho más tupido que el primero. Y me da la impresión de que eso es lo que ha pasado.

¿A que responde ese retorno a la sobrerregulación?
Lo que pasa es que la regulación es, en el fondo, un sistema de peajes. A menos regulación, menos sobrecostos. A más regulación, mas sobrecostos. Hay ganadores muy claros, tanto en el sector empresarial como en el sector estatal. A medida que crece la maraña burocrática también se instala la corrupción, y la corrupción es devastadora. Es como si de acá al kilómetro 60 de la Panamericana Sur en vez de tener tres peajes, tuviéramos 200. Entonces cada 100 metros tienes que parar a pagar un peaje. Es infernal.

¿Qué problemas enfrentamos ante ese retroceso?
Creo que lo más grave es que hay una incomprensión respecto a las razones que produjeron la tragedia peruana de los 80 y el duro proceso de transición de los 90. Es como si se hubiese olvidado lo que era el estado de los 80. La quiebra institucional, la quiebra de la regionalización de 1989, el 44% del territorio nacional en emergencia, 7,614% de inflación acumulada, el Banco Central de Reserva no tenía reservas. Todo eso se ha olvidado y funciona hoy una política que hace de cuenta que puede seguir sobrecargando el aparato productivo del país sin comprender que eso fue lo que desde el inicio de la década de los 60 fue acentuándose hasta generar la revolución peruana y, finalmente, producir el colapso de le economía. No hay conciencia ni memoria histórica respecto a la economía.

¿Crees que las reformas de los 90 hubieran ocurrido, como creen algunos, con cualquier presidente porque ya había un movimiento regional en dicha línea?
No. Es una explicación que supone que los movimientos sociales son independientes de las voluntades de las persona y que van a ocurrir de todas maneras. Encubre una creencia determinista en el poder de los ciclos y no en la voluntad de los individuos. La verdad es que el Perú entró al estado socialista tardíamente, cuando este ya había fracasado en el resto del mundo y quiso persistir cuando el muro de Berlín se venía abajo en 1989. Todo intento de reforma el Estado, de los varios que se hicieron en 1991, año en que se derrumbó la Unión Soviética, fueron eficazmente resistidos en el Parlamento, especialmente los que se referían a los monopolios, a la estructura económica del país. De manera que, como dice el dicho, se necesitan dos para bailar, y entonces la tragedia del 5 de abril de 1992 no es unilateral. Los responsables son los dos lados que participan en esa tragedia y que conducen al Perú a través de sus mutuas resistencias a una situación sin solución de continuidad.

¿Cuán grande era nuestra resistencia al cambio?
El Perú tenía una enorme resistencia al cambio, se había acostumbrado a una estructura estatista. Yo podría decir que esto es condenable o no lo es, pero la realidad es que todas las fuerzas políticas colaboraron activamente para llegar al 5 de abril de 1992. Yo, como simple particular (era en esa época un profesor universitario), me di cuenta de esta colisión irresponsable a la que iban las fuerzas políticas. Unos porque habían perdido las elecciones, otros porque les hicieron creer que era la única vía de salida, pero no podemos decir que lo que ocurrió pudo haber ocurrido de otra manera. Porque entonces estamos haciendo historia no factual, una ucronía. Las cosas ocurrieron de esa manera y si fue así fue porque había una necesidad intrínseca en los acontecimientos para que ocurra de esa manera. Es la tesis de Leibniz: uno vive en el mejor de los mundos posibles porque en la estructura causal del mundo no hay otras posibilidades que las que se han dado. Eso es lo que pasó en los 90.

Hace unos días el historiador Pablo Macera dijo en una entrevista que lo que ocurrió con Velasco y Fujimori era necesario. ¿Estás de acuerdo con eso?
Decir “necesarios” es nuevamente volver a la tesis del determinismo histórico. Lo que sí creo es que hay una relación estrecha entre la revolución de Velasco y el gobierno de Fujimori en los 90. Lo que la izquierda peruana construyó en la revolución de las Fuerzas Armadas ente 1968 y 1980 es lo que la década de Fujimori desmanteló para que el país pudiese reintegrarse a la comunidad internacional y reestructurar su economía en las condiciones que en ese momento se estaban dando en el mundo. Digamos que un proceso es la negación del otro. Ahora, que ese debió haber sido tanto Velasco como Fujimoriel camino indispensable para llegar a lo que somos hoy, no lo creo. Creo que con mayor responsabilidad y mejores estadistas, hubiésemos podido tener una continuidad democrática que hubiese sido capaz de hacer grandes reformas que nos hubiesen evitado tanto el golpe militar del 68 como la disolución del Congreso en el 92.

Hay quienes señalan que el autogolpe del 92 fue innecesario porque entre el año 90 y el 92 se sacaron adelante muchas reformas… no había, en ese sentido, necesidad de realizar un golpe para hacer reformas…
Siendo canciller en el año 96 hice una visita oficial a Paraguay. Me entrevistó la televisión paraguaya y me preguntaron si yo recomendaba la fórmula Fujimori (disolución del congreso, quiebra y la refundación de la institucionalidad), yo les dije que no. Que nunca la quiebra de un sistema es algo recomendable, bajo ninguna circunstancia. La quiebra del sistema ocurre por la ceguera de las fuerzas políticas que están involucradas en ese momento histórico. Por una imposibilidad de flexibilizar sus posiciones, por una incomprensión de los nuevos contextos económicos del mundo. Cuando las fuerzas se radicalizan o hay razones para la polarización entonces los procesos llegan a un bloqueo.

Tu opinión entonces es que el 5 de abril sucede porque no había otra opción en medio de esa colisión de fuerzas políticas, aunque hubiese sido mejor que no ocurriera…
Si hubiese existido una clase política que supiese llegar a compromisos, que hubiese comprendido la necesidad de abandonar el modelo fabricado por la revolución de Velasco, que correspondía además al pensamiento de década del 40 o del 30, que era absolutamente obsoleto cuando el muro de Berlín había caído y la Unión Soviética se había disuelto. Era absurdo seguir pensando en esos términos.

Para muchos nuestra precariedad institucional es consecuencia del golpe y la cooptación de las instituciones que llevó a cabo el fujimorismo…
Yo creo que es más antiguo. Que la crisis institucional comienza con el golpe del 3 de octubre de 1968 porque se remplaza la constitución con un estatuto revolucionario. Se prescinde de toda la estructura normativa. Durante 12 años vivimos no solo sin constitución sino a punta de decretos leyes, sin ningún sustento de legitimidad. Lo que no quiere verse es la devastación del tejido social, la destrucción de la economía y el colapso institucional que la revolución militar produjo en el Perú. Es más, la revolución militar dio un decreto ley que convocaba una asamblea constituyente que, de acuerdo al decreto ley, tenia que incorporar ese modelo que ya había quebrado económicamente. Esa quiebra de la sociedad peruana, no del estado solo, sino de la sociedad, de la economía. La generación de una miseria tremenda que empieza a aparecer a finales de los 70. Es lo que finalmente genera la reacción contraria en los 90. De tal manera que la crisis institucional es muy antigua.

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CORRUPCIÓN. Tudela considera que “hacer un concurso” de quién se lleva el premio al más corrupto es lo más deprimente del mundo. (USI)

Hablas de una reacción contraria…
Todo cambio constitucional en la historia del Perú es producto de una crisis terminal de la democracia, desde el siglo XIX. Y, entonces, toda constitución es una refundación en una nueva legitimidad. Por eso cuando se habla del estado de anomia en el cual vivimos ahora es porque, en el fondo, la institucionalidad fue destruida desde la década de los 60. Hay países que han pasado la misma destrucción, como es el caso de Bolivia. Jamás se han repuesto. Incluso están peor que nosotros.

Situamos el inicio de nuestra crisis institucional en 1968, entonces…
El proceso peruano de destrucción institucional comienza probablemente con el golpe de Pérez Jiménez en 1962. Ese golpe, que es dado para cerrar el camino a Haya de la Torre, es lo que genera los efectos posteriores que llevan al golpe del 68 y a la destrucción de toda la institucionalidad existente en el Perú. Hay una tesis según la cual la revolución de Velasco liberó a las masas populares de estructuras opresivas, que, por lo tanto, era necesaria para tener el sistema que tenemos hoy. Eso es absolutamente inexacto, o por lo menos muy aventurado, porque es la tesis de la ventana rota, falacia que Henry Hazlitt refuta. No había necesidad de destruir y descapitalizar al país hasta el grado extremo de ser inelegible para los créditos del FMI, para cambiar las estructuras que el país tenía. El 52% de la economía del Perú quedó en manos del gobierno militar. Además de la reforma agraria, se expropió toda la banca, la prensa, la industria, los supermercados.

¿Y a tu modo de ver, esos años son el caldo de cultivo para lo que ocurre en los 90?
No se puede comprender el proceso de los 90 sin comprender el proceso de los 60 y de los 70. Uno es consecuencia directa del otro y ahí la gran fractura peruana, ahí los grandes odios que existen todavía, porque se formó una clase media bajo la sombra del Estado con la reforma de los años 60 y 70, gente que vivía de los sueldos estatales. Además, la Constitución del 79 representaba la cristalización de luchas políticas que venían de los años 30. Esa estructura se derrumba sola en los 80 y luego es puesta de lado legalmente en los 90, lo que naturalmente tenía que generar una ola de resentimiento y de odio, pues muchísima gente perdió sus empleos o concesiones del Estado.

Pero ¿y la corrupción que se vio al final del gobierno? Nunca antes se vio algo parecido…
La corrupción es una vieja historia peruana. Hay la corrupción de los 80, de los 90, la corrupción del gobierno militar. La corrupción es un problema histórico, y francamente hacer un concurso de quién se lleva el premio en corrupción es lo más deprimente del mundo. Ahora, efectivamente, el soborno de ciertos dueños de medios de comunicación, el uso de presupuesto militar para la política y todo lo que hemos visto en los videos y transcripciones, todo eso era absolutamente innecesario. Las reformas ya estaban hechas. Pero también se había producido una radicalización en el Perú, y entonces había el temor de la destrucción o por lo menos el desmantelamiento de las reformas que se habían hecho. Pero eso no justifica para nada el militarismo encubierto de los 90. No justifica para nada las intervenciones telefónicas, el haber creado un clima de desconfianza entre los ciudadanos, la corrupción. Eso jamás debió haber ocurrido.


REVOLUCIÓN. “Hay una relación estrecha entre Velasco y Fujimori”. (USI)

Para algunos fujimoristas el tercer mandato era necesario para no retrotraer lo avanzado, para otros fue una excusa para evitar que otro gobierno destapara la corrupción existente…
Esa es una hipótesis, sí. Yo creo que más que una necesidad, la tercera reelección era la fase final de un gobierno transicional. Cuando el presidente me plantea la reelección, le digo a Fujimori con absoluta franqueza: lo van a derrocar, esto no es posible. Pero luego veo la estructura de la oposición, y entonces cuando me ofrecen la vicepresidencia lo que veo es que todo lo avanzado en la década corre peligro de destruirse. Por el otro lado, veo la necesidad de hacer un esfuerzo interior y tal vez ahí yo no supe evaluar las verdaderas posibilidades que había de reconducir el proceso hacia un buen final, de cambiar, por ejemplo, la preeminencia de Montesinos. Antes de aceptar consulté con amigos; por ejemplo, con el ex primer ministro del Japón, Ryutaro Hashimoto. Nos reunimos en Nueva York y me dijo: “Vale la pena tratar. Y si fracasa, usted siempre puede renunciar”. Que fue al final lo que hice. Naturalmente, los textos que se distribuyen en las universidades muestran mi renuncia como posterior a la huida de Fujimori y a la renuncia por fax, pero la verdad es que fue mucho antes, cuando se agotaron las posibilidades de alejar a Montesinos del gobierno. Cuando Montesinos decidió regresar al Perú de Panamá, presenté esa mañana mi renuncia para que no haya continuidad posible si es que ocurría cualquier cosa. A las 8 de la mañana de ese día renuncié.

¿Cómo calificas ahora el gobierno fujimorista?
Fue un gobierno legítimamente electo el año 90, vulneró su legitimidad de manera muy profunda con el golpe del 5 de abril de 1992. El 5 de mayo de ese año la OEA le pidió formalmente que realizara elecciones ortodoxas (estuve presente en esa reunión como periodista del canal 4) y las realiza con el Congreso Constituyente Democrático. Esas elecciones, que le pide la OEA a Fujimori y que él cumple, son elecciones que nadie ha discutido. Y luego las de 1995 las gana con el 64 % del voto, con observadores de la Unión Europea y la OEA, también son indiscutibles. Lo que ocurre es que gana una mayoría absoluta en ese mandato del 95 y entonces él utiliza los poderes que la Constitución le da, todos los recovecos de la legalidad, para hacer pasar su legislación a través del Congreso. Entonces, es un gobierno legítimamente electo, pero que no negocia con la oposición porque siente que no tiene que hacerlo. Por lo tanto sí tiene un cariz autoritario, pero no dictatorial. Es solo en los últimos dos años en que el sistema de la cúpula militar emerge en todo su horror.

Entre 1998 y el 2000…
Son años fatales en los cuales aparece el monstruo y también aparece a la luz del día la relación de colaboración entre el jefe del estado y un hombre sin cargo público que es el asesor de inteligencia. En la campaña electoral del 2000, en el programa de Jaime de Althaus, pedí públicamente que ese señor asuma el Ministerio del Interior para que tenga una responsabilidad política, cosa que causó mi enemistad definitiva con un gobierno que aún no había sido electo. Para el día de la juramentación de la vicepresidencia yo ya no tenía relación con el gobierno de Fujimori. Por eso es que yo no asumí las juntas preparatorias para la instalación del Congreso. Yo renuncié al partido de gobierno y también me fui del país. La situación era absolutamente imposible. No se puede justificar ese aspecto ilegítimo que no tiene ningún fundamento legal en la última parte del gobierno de Fujimori. No hay justificación por donde se mire.

Hay quien señala que la forma en que la manipulación de Fujimori para re-reelegirse en los 90 ha sido la escuela para que Evo Morales, Correa o Maduro busquen la reelección indefinida…
No, no, porque el gran reeleccionista de América Latina es Fidel Castro, con elecciones ficticias que ganaba con el 97% de los votos. Otro era Daniel Ortega en Nicaragua. O sea, decir que Fujimori es el ejemplo determinante del cual se han copiado todos resulta absurdo. Fujimori tiene un primer mandato bajo la Constitución del 1979; tiene un segundo mandato con la Constitución de 1993, la cual le abría la posibilidad constitucional de un tercer mandato. Entonces era un segundo mandato al cual aspiraba bajo la Constitución de 1993, pero políticamente no era viable. Hay que saber distinguir entre lo político y lo jurídico. No era ilegal, pero era inviable políticamente, porque la opinión pública del país no quería eso. Y era así porque los peores aspectos de la injerencia de una cúpula militar, que no había sido elegida por nadie, habían sido a la luz pública. Por lo tanto, el proyecto había llegado a su fin y eso había que aceptarlo.

¿Le ves futuro político al fujimorismo?
Nunca se puede saber. No hay que subestimar a nadie, el futuro es absolutamente incierto. Quién iba a pensar en el año 2000 o incluso después de la sublevación de Locumba que Ollanta Humala hubiera podido ser elegido presidente. Nunca hay que decir de esta agua no beberé.

¿Crees que deben hacer un mea culpa?
Yo creo que la política y la religión son dos cosas diferentes. El drama del siglo XX es que las ideologías políticas, la lucha de las democracias, el comunismo de la Unión Soviética, los fascismos, todos asumieron ropajes de religión verdadera, por lo tanto de moralidad absoluta. Yo me inclino a creer que la política no es un ejercicio religioso, se cometen errores, se pasa a través de crisis, pero no hay un pecado irremediable para la eternidad. Salvo, claro, que se hayan cometido crímenes espantosos, como Stalin o Hitler, que asesinaron a millones de personas; son casos extremos. Sino, entonces, deberíamos pedirles mea culpa también a los belaundistas y a los apristas de la década del 80 por haber sido cómplices en la destrucción del Perú. Y lo mismo a todos los generales, civiles, intelectuales y periodistas en los medios confiscados durante las década del 60 y el 70. Todos tendrían que hacer un mea culpa. Incluso habría que ir a los cementerios a poner unas coronas de mea culpa en todos los gobiernos hasta llegar a 1821. Podríamos ir más atrás, pedir mea culpa a Pizarro, a Pachacutec y que Manco Cápac se disculpe con los Chancas. Es absurdo. La historia tiene tragedias. Los países que progresan son los que saben digerir esas tragedias y reconstituir la concordia nacional.

¿Por qué crees que persiste ese maniqueísmo?
Obedece a dos razones. Hay una psicología peruana que es muy peculiar, en la cual todos los odios del pasado siguen vivos. En el Perú de hoy los incas odian a los españoles, los patriotas odian a los españoles, los pierolistas detestan a los civilistas, los apristas a los sanchezcerristas, y así hasta llegar a los fujimoristas y su oposición. Todos estos odios viven a través de esta estructura clánica de la sociedad peruana, a través de las tradiciones familiares y es una cosa espantosa. Toda la suma de odios del pasado siguen vivos. El segundo factor es utilitario. Es fantástico hacer política en la radicalidad del talión. Porque entonces el enemigo es un enemigo absoluto con el cual no hay que tener ninguna consideración porque ya no es un ser humano. Es el mal absoluto desde el punto de vista religioso. Por eso decía que la política no es religión, es la compresión de los fenómenos sociales. Muchos fenómenos sociales ocurren así no queramos que ocurran. Son un encadenamiento fatal de circunstancias; lo deseable es que no hubieran ocurrido, pero ocurrieron, y somos 30 millones de personas y de alguna manera tenemos que aprender a vivir juntos de nuevo.

En el 2016, si es que tenemos elecciones democráticas, sería la primera vez que encadenamos cuatro elecciones democráticas seguidas…
Es un fenómeno similar al de la mal llamada república aristocrática. Ahí se garantizó una continuidad democrática de 1895 a 1919 con una ruptura con Billinghurst porque quería cerrar el Congreso, cosa que se impidió (aunque finalmente lo cerró Leguía pese a que ganó las elecciones). El único proceso de continuidad democrática anterior en la Historia es la denigrada república aristocrática, que fue un proceso que sacó al Perú de la guerra civil y llevó a una coalición de enemigos radicales, que fueron los pierolistas y los civilistas, a darse la mano y hacer conjuntamente un gobierno de concordia nacional para instaurar una institucionalidad democrática. Reconstruyeron un país devastado por la Guerra del Pacífico y por la guerra civil. Lograron crear un país con institucionalidad, con poder económico y con democracia. La democracia de la época. Hoy los académicos pueden decir que no era suficientemente democrático, pero párese usted en 1895 y dígame si en ese momento no era suficientemente democrático. De tal manera que el proceso que vivimos ahora es un proceso similar. Lo que falta es el entendimiento. Porque resulta muy fácil hacer política con el odio y ganar elecciones con el odio, pero llega un momento en que este sistema de hacer política destruye la institucionalidad porque se traduce en persecución judicial. Hoy en el Perú se puede decir que la criminalización y judicialización de los enemigos políticos es la continuación de la política por otros medios. Entonces el proceso democrático peruano corre el enorme riesgo de hundirse en unos antagonismos irremediables por no ponerle límites a la conflictividad política y por no enfrentar los problemas reales del país.


REFLEXIÓN. El ex canciller dice que solo los últimos años del fujimorato fueron fatales, donde afloró lo peor de dicho periodo. (Roberto Cáceres)

Los cuales a tu entender, ¿cuáles son?
El reingreso del Estado con brillos a la tradición regulatoria, lo que va de la mano con la corrupción. No estoy diciendo que el Estado o el jefe del Estado sean corruptos, pero la estructura regulatoria promueve la corrupción. El otro problema es lo que tenemos que llamar, con franqueza, la rebelión de las regiones, que va de la mano con el fenómeno del narcotráfico. El Perú produce el 61% de la cocaína refinada que hay en el mundo, con un valor de US$56 mil millones anuales. No sé cuánto se quedará, pero el hecho es que lo que se queda es mucho dinero y está directamente conectado al drama de las regiones. Y los partidos políticos son partidos que han perdido sus bases sociales y, por ello, hay una crisis entre la política formal y el país real.

¿No eres muy optimista respecto a este proceso democrático?
Soy optimista. Creo que, dado el contexto mundial, dadas las lecciones aprendidas de los dos lados en los combates de la Guerra Fría, hay una convicción de que la fórmula democrática, los compromisos políticos, el escuchar al otro y aceptar las propuestas del otro son la única vía posible. Lo que yo temo es que hay sectores en el Perú que parecen no haber entendido que la Guerra Fría quedó atrás en 1991.

Ahí radica, a tu entender, la incapacidad de la clase política de ponerse de acuerdo para mejorar nuestras instituciones.
Claro, pero la clase política solo puede ponerse de acuerdo entre ella misma si es que recibe la presión de sus bases sociales. Y resulta que no tienen bases sociales. Porque el hecho es que incluso los partidos establecidos que se reclaman de una gran prosapia histórica cuando van a elecciones regionales se meten dentro de los movimientos regionales o muchos de los jefes políticos de estos partidos van como independientes y no bajo las banderas de sus propios partidos, incluso en las elecciones a la Presidencia de la República. Eso refleja un divorcio entre una clase política forjada en los años 60 y 70 y la nueva realidad sociológica del Perú. Ya no existe el sólido norte, las clases medias que tenían una estructura distinta en la década del 60 o del 50. Existe un país nuevo, donde el 84% de la población está viviendo en alrededor de 18 ciudades, un país eminentemente urbano, con polos de desarrollo formados por personas cuyos padres o abuelos eran campesinos.

Este es un drama circular: si no hay partidos políticos no hay cómo mejorar nuestra calidad instituciones y sin mejores instituciones vamos a seguir con estos partidos…
Lo que hay en este momento es un deseo por parte de los partidos de dar legislación sobre los partidos, por ejemplo, prohibiendo el transfuguismo. El problema nunca fue ese. Cambiar de partido político es la cosa más normal del mundo. Churchill cruzó el piso de la Cámara de los Comunes y se pasó de los Liberales a los Conservadores como un espectáculo a la vista de las dos bancadas. Lo que en el Perú se llama tránsfugas fueron congresistas sobornados para quedarse en sus bancadas y votar iniciativas respaldadas por la cúpula corrupta. Luego, eliminar el voto preferencial es quitar la última opción al ciudadano de tener un voto personal. Lo que tiene que ser liberalizado es el sistema electoral.

¿Por dónde crees que puedan venir las soluciones?
Lo que creo es que el proceso peruano debe enfrentar esos problemas con mucho coraje y mucha franqueza ahora, por los políticos que ahora están en el poder y por los periodistas que hoy están en los medios de comunicación, dejando el maniqueísmo de lado; si no se hace eso, vamos a seguir un proceso similar al que ha seguido la Argentina desde Alfonsín hasta la fecha. Es decir, el deterioro de la democracia dentro de la democracia.

¿Para eso es bueno cualquier momento y cualquier líder?
Lo puede hacer el gobierno actual, lo puede hacer el próximo gobierno. Lo que tienen que comprender es que la tesis del piloto automático es falsa. Hay que tener conciencia del porqué de las instituciones políticas y del porqué de las instituciones económicas y acordarse por qué fueron adoptadas en medio de la peor crisis que el Perú ha tenido desde la Guerra del Pacífico. Si nos olvidamos y perdemos eso de vista, entonces vamos a degenerar y lo que va a pasar con nuestra democracia no es que van a haber golpes de estado ni grandes tragedias, lo que va a pasar es que nos vamos a ir hundiendo y empantanando en un lodazal, y eso no podemos permitirlo después de lo que ha sufrido el Perú. Eso es simple y llanamente un crimen, más que una irresponsabilidad, un crimen. Y un error político monstruoso.


LOCUMBA. Pese a lo ocurrido en Locumba, Ollanta fue elegido presidente. En política, afirma, “nadie puede predecir lo que pasará”. (USI)

¿SABÍAS QUE…?

  • Siendo congresista constituyente, calificó por los hechos del 4 de agosto de 1992 al gobierno de Fujimori de “cesarista” y de “bonapartista”.
  • Posteriormente se desempeñó como canciller en 1993 y en 1998. Estuvo como rehén en la toma de la embajada japonesa en Lima entre diciembre de 1996 y abril de 1997.
  • Como ministro de Relaciones Exteriores, encabezó personalmente las negociaciones de paz con el Ecuador, logrando acordar definitivamente con Ecuador, en Quito, el 23 de febrero de 1996, la posición de esa nación vecina respecto a sus límites con el Perú mediante el intercambio de notas conteniendo los “impasses subsistentes” entre ambos países.
  • Tudela renunció a su cargo en julio de 1997, tras la revelación de una intensa actividad de espionaje telefónico a opositores y gente del gobierno, entre estos últimos el propio Tudela.
  • En el 2000, acompaña a Fujimori en la plancha presidencial postulando a la primera vicepresidencia y es, a su vez, electo congresista con la más alta votación. Luego de la caída del gobierno de Alberto Fujimori, dejaría la política.

Por Juan José Garrido (director@peru21.com)

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2 Responses to “ “Debemos aprender a vivir juntos de nuevo”

  1. Alberto Huarote says:

    Francisco,

    Extraordinaria entrevista. Ayer la posteé en LinkedIn.
    A mis alumnos de finanzas en la UP, les recomiendo leer tu website.

    Saludos cordiales,
    Alberto

  2. Ivet Echevarría says:

    Fracisco,
    Me encanto tu entrevista,eres objetivo al referirse a la política de nuestro país. A mis alumnos de Teoría del Estado les recomiendo tu webasite.
    Saludos,
    Ivet