UNA NUEVA ERA

Las revueltas que han derrocado a los dictadores de Túnez y Egipto, iniciando una gran rebelión contra las otras tiranías del mundo islámico, como son Libia, Yemen o Irán, traen consigo un cambio trascendental en el sistema internacional. Este cambio es muy similar al que ocurrió cuando la caída del muro de Berlín, la disolución del Pacto de Varsovia y el derrumbe – como un castillo de naipes -, de la Unión Soviética. Esos cambios liberaron a las naciones de Europa Central y del Cáucaso del yugo comunista. De la misma manera, las rebeliones de Túnez, Egipto y Libia, son el inicio de la liberación de los pueblos árabes, aún oprimidos bajo el yugo de viejas dictaduras socialistas. Presenciamos el estertor final del sistema de estados heredado de la Guerra Fría y el nacimiento de una nueva era internacional.

En el caso de Egipto, Libia, y, en general, de los gobiernos nacionalistas y socialistas del espacio islámico, la rebelión actualmente en curso significa el derrumbe de regímenes creados bajo el ala de la desaparecida Unión Soviética. Estas dictaduras se instalaron durante la Guerra Fría como parte de la estrategia soviética de cercar a Israel, el aliado principal de las democracias atlánticas en el Medio Oriente desde 1947. En síntesis, detrás de las fachadas del nacionalismo, del socialismo y del “no alineamiento”, muchos de estos estados – como la Libia de Gadafi -,  fueron en el pasado instrumentos de la guerra política comunista contra Occidente, llegando a convertirse en centros de operaciones terroristas. Desde su fundación, estos regímenes fueron tan opresivos y dictatoriales como lo son hoy en día.

Terminada la Guerra Fría, las dictaduras socialistas árabes se quedaron como piezas básicas de los equilibrios políticos del Norte de África y del Medio Oriente. Ese era el Statu Quo. Por ello, culpabilizar a Occidente por la existencia continua de estos regímenes resulta absurdo. Esas dictaduras se perpetuaron con ayuda soviética, llegando así a ser parte integral de un equilibrio internacional delicado en el mundo árabe, donde vastos sectores aún se oponen a la existencia del Estado de Israel. En este explosivo contexto, la Unión Europea, con ochenta millones de musulmanes dentro de sus fronteras, se ha convertido en un rehén de los países árabes. Por ello, resulta ingenuo sostener que Occidente debía de haber derrocado a éstos regímenes, decisión que hubiese acarreado fatales consecuencias para la seguridad interna de la UE.

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Finalmente, también es necesario comprender que, hasta ahora, la idea de separación de poderes resulta ajena al Islam, pues las funciones de jefe religioso, político y militar tradicionalmente se han refundido en el gobernante. Como estas rebeliones no tienen un final absolutamente previsible, acarrean una posibilidad nada desdeñable para el fundamentalismo islámico. Por ello, Irán no ha perdido la oportunidad de enviar una fuerza naval al mediterráneo. Es la primera vez – desde 1979 -, que buques de guerra iraníes son autorizados por el gobierno egipcio para cruzar el Canal de Suez. Esto constituye una potente señal diplomática: Irán está en el Mediterráneo para apoyar a cualquier gobierno islámico que surja en sus orillas.